Introducción
El objetivo central de este trabajo es presentar una propuesta desde, por y para la Parroquia San José, la cual será utilizada como herramienta de acción comunitaria al servicio del desarrollo local.
Historia Local, Memoria colectiva, organización popular.
Así se llamaba entonces, La Sabana de Ñaraulí
A los pies del Guaraira Repano, nacía en abundancia una frondosa y muy hermosa planta silvestre llamada Ñaraulí. Su crecimiento se propagaba en forma vertiginosa por todo el sector que a lo lejos tomaba forma de sabana, paso obligado de los españoles en su descenso hacia El Valle. Así comenzó a llamársele entonces, La Sabana de Ñaraulí, que para los primeros pobladores de Caracas sólo la nombraban para hacer recordar las batallas que se libraron entre los españoles y aborígenes del lugar.
A raíz del terremoto de 1812, la Catedral de Caracas también sufrió el castigo de la madre naturaleza, quedando destruida casi en su totalidad, entonces el prelado construye en la Sabana de Ñaraulí, una capilla de bahareque que fungió de Metropolitana provisional.
El 2 de enero de 1889, el Presidente Pablo Rojas Paúl, decreta la construcción de un templo en aquella parte de la ciudad. La nueva iglesia estaría dedicada a San José, patrono de su esposa Doña Josefa de Báez. Los trabajos de construcción del templo de San José se iniciaron el 5 de febrero de 1889 y culminaron 9 meses después.
Nace la nueva Parroquia San José
La construcción de la iglesia fue el elemento definidor de la nueva Parroquia San José. El 16 de Octubre de 1889, bajo la presidencia de Rojas Paúl, San José quedó constituida, junto con La Pastora, en parroquia civil y eclesiástica, desmembrando de Candelaria todo el patrón que se extiende al Norte de la Calle Este 7. Siguiendo la tradición caraqueña de dar nombre a las esquinas, la mayoría de estas, en San José fueron bautizadas con nombres de santos, pero no fueron nombres de origen popular sino que fueron adjudicados expresamente.
En el contexto se fueron generando las más variadas formas de vida. La religión influía en forma determinante en el comportamiento de los feligreses, quienes apartaban horas de su jornada para asistir a misa. El crecimiento demográfico de la parroquia se hacía latente. Las casas que antes eran de bahareque y adobe comienzan a ser construidas con cemento, lo que generó nuevas formas de trabajo entre los habitantes del sector. El aspecto económico era muy incipiente para el aquel entonces. Los ingresos de los habitantes provenían de los trabajos realizados en el centro de la ciudad, en oficios como pulpero, barbero, carnicero. Otros trabajaban en las haciendas.
Tranquilidad y sosiego era parte de la cotidianidad del parroquiano. Entre las costumbres mas resaltantes estaban los festejos de Carnaval, los paseos a Galipán, las actividades culturales de carácter benéfico. Las calles empedradas servían no sólo de tránsito, sino también eran caminos que recorrían los vecinos en francas tertulias. La amistad estaba ligada al respeto. Por las tardes los parroquianos sacaban sus sillas y frente a sus casas, entablaban conversaciones.
“El vecino era el amigo que tenía cantidad de años de vecino, el que con el tiempo estaba familiarizado, al que llamábamos compadre, porque siempre los compadrazos salían de aquí, el compadre que ya formaba parte de la familia, o el maestro que era amigo de todos, la maestra que se casaba con uno que ya había sido su alumno, el médico de familia que atendía el parto o la enfermedad de alguien de la casa, la comadrona que había asistido al parto de cualquier cantidad de personas. Nos familiarizábamos tanto. Éramos pocos y las calles no eran tan anchas”.
Con la llegada del tranvía se comienza a vivir en el lugar una especie de asombro que no duró mucho tiempo, pues los vecinos inmediatamente se acostumbraron y la estación final pasó a ser lugar de concentración.
La piqueta del Progreso avanza destruyendo lo que todos querían conservar
En el año 1945, aparecieron las primeras edificaciones. Eran edificios de poca altura. Más tarde se construye la Avenida Fuerzas Armadas (durante la dictadura de Pérez Jiménez). A partir de ese momento se fue operando un proceso desordenado de construcciones, de edificios de gran altura, que desfiguraron la imagen tradicional del lugar. “…Cuando construyeron la Fuerzas Armadas sentimos que nos separaban y que nos arrancaban un pedazo de nosotros…” La nostálgica callecita empedrada pasó a ser parte del recuerdo. La famosa picota ya comenzaba a destruir la memoria histórica y los sueños de muchos vecinos al ver que sus casas, de tantos años, habían sido convertidas en escombros.
El proceso migratorio se da en San José prácticamente desde sus inicios llegando al lugar no sólo etnias nacionales provenientes de la provincia o interior del país, sino también de otras nacionalidades (españoles, portugueses, italianos), que con el tiempo se convierten en etnias binacionales, biculturales, las cuales con sus costumbres introducen nuevos elementos a la dinámica cultural de la comunidad. Detrás de estas migraciones fueron apareciendo en el sector nuevo comercios: panaderías, abastos, carnicerías, quincallas, ferreterías, entre otras, introduciendo nuevas formas en la economía de esta localidad.
Un 4 de mayo de 1976, los Josefinos fueron sorprendidos por una terrible noticia. Carlos Andrés Pérez había emitido un decreto, el 1551, mediante el cual quedaban sujetas a la expropiación 11 hectáreas de San José para utilidad pública y social. Desde ese momento se iniciaba para los habitantes de San José una pesadilla plena de incertidumbre y angustia, pues se trataba de poner en práctica un plan urbanístico que pretendía arrasar “bajo la piqueta del progreso”, el testimonio de un pasado que todos querían conservar, sus calles, sus casas, sus joyas arquitectónicas, sus tradicionales costumbres, su manera de vivir.
Ante la justificada alarma de la colectividad Josefina, los vecinos deciden organizarse. Cabe destacar que entre las primeras personas que dieron su grito de guerra ante la desesperante situación fue la señora María Rodríguez de Isturdes, quién al consultársele sobre el hecho dijo “A mi no me sacan de mi casa sino muerta”.
Este grito de guerra fue el ejemplo a seguir, tomándose como bandera por la comunidad que se sumó a la defensa de sus casas, de sus vidas. Pero como había que dar una respuesta clara y contundente, además con sentido legalista, algunos vecinos deciden constituir el Comité Cultural, Conservacionista y de Defensa de la parroquia San José, cuyos integrantes son parte de la historia parroquial. Tal es el caso del Doctor Esteban Ibáñez Peterson, quien propuso que se colocaran banderas negras a todas las casas como símbolo de luto, ya que con la demolición estaban matando a la parroquia.
El deterioro de la parroquia lucía incontenible. El gobierno tenía apremio en desalojar, los viejos moradores comenzaron a sufrir un proceso de marginalización. Muchos fueron ubicados provisionalmente en barracas que con el tiempo se hicieron eternas. Muchas familias se vieron obligadas a vender sus viviendas. Algunas casas que habían sido desalojadas, no fueron demolidas y se convirtieron en casas de vecindad. A pesar de todo, la comunidad de mantenía en pie de lucha, y a lo largo de todo ese proceso se hace necesario destacar el papel que jugó la Iglesia representada por el Monseñor Jaime Fraga, quien no sólo sirvió de guía espiritual, sino que acompañó a la comunidad en defensa de su parroquia, lo que le dio un vuelo a las actividades realizadas por la Iglesia. La oración adquiere un mayor poder de convocatoria que logra cohesionar a la comunidad, pues además de la fe y la esperanza, trae consigo una carga de protesta.
Un 28 de agosto de 1976, los vecinos de San José con la colaboración incondicional del Monseñor Jaime Fraga, párroco de la Iglesia, decidieron recorrer las calles de la parroquia en procesión, cantando y rezando himnos religiosos, como acto de protesta por el decreto de demolición que amenazaba la parroquia.
“…No llevamos pancartas, ni voceamos discursos, ni consignas, sólo repartimos hojas sueltas en defensa de nuestra tradicional parroquia…” fue como los propios Josefinos lo dicen, una manifestación sin precedentes. Expresión de una rebeldía silenciosa cargada de rezos, cánticos y lágrimas de gente afligida que sufría al verse de pronto expulsada de sus hogares, ya que para todos ellos San José, su hogar, era su vida.
El Comité de Defensa no cesó su lucha, por el contrario, la intensificó y comenzó a desplegar una serie de manifestaciones en defensa de su morada. Gracias a sus denuncias y movilizaciones constantes, los vecinos logran detener los proyectos urbanísticos expresados en los Decretos 1551 y 1832. Hecho que se conquistó el 26 de junio de 1986, fecha que ha sido considerada histórica para la parroquia San José.
Es así como, gracias a la resistencia de toda una comunidad se logra conservar parte de su valioso Patrimonio Histórico, pero queda en el recuerdo el profundo daño causado a la identidad cultural de esta parroquia y a los viejos moradores que fueron desgarrados de su lugar de origen por la instrumentación de políticas gubernamentales reñidas con los intereses de la comunidad.